miércoles, 24 de marzo de 2010

Reflexión posterior al terremoto

Día 27 de Febrero, madrugada, comienza el sismo, todo se vuelve incertidumbre,
sabíamos que era algo más grande de lo habitualmente acostumbrados,
se cayeron muros completos, casas, edificios, literalmente se abrieron calles,
se cortaron puentes, el mar recobró su poderío y tomó posesión de
lugares que por años le pertenecía, y no contento con ello, arrasó con más.

Perdimos muchas cosas materiales, “cosas”, ¡de que servía tenerlas!, si muchas familias quedaron sin sus seres queridos con vida, fue allí que nos sentimos
completamente indefensos frente a un enojo (tal vez) de la naturaleza, nos sentimos impotentes, solos, incomunicados.
¡Incomunicados! Nosotros con la tecnología a nuestros pies, nos parecía inverosímil, no tener Internet, celulares, televisión, luz, agua.
El silencio reinaba, la oscuridad y el desconcierto nos invitaba a reflexionar, mirarnos hacia adentro, estábamos preocupados del vecino del lado, que nunca saludamos, quizá hasta de esa persona que tanto aborrecíamos, fue tal vez el momento para ver a quienes amábamos como una mirada minuciosa a nuestra alma escasa de sentimientos.
Y volvimos a la radio, ¡Qué paradójico!, Escuchar noticias por radio, único medio con el cual pudimos saber en parte que este sismo había sido un terremoto devastador, los que tuvimos la suerte de tener pilas y radio a mano pudimos saber que había sido una catástrofe enorme.
Fuimos en ese momento vulnerables, nos sentimos pequeños ante la furia de la naturaleza, pero a la vez sorprendentemente nos vimos más humanos, pensamos
incluso en aquellos que nos han hecho según nosotros… daño; no nos importó
que nos vieran en pijamas, sin maquillaje, sin esas ataduras, sin armaduras o mascaras diarias del vivir, el pudor se fue a la basura y por un día nos volvimos
más simples, afables y menos indiferente frente al otro.

Tuvimos entonces que decidir ser fuertes y optar por las soluciones inmediatas,
de nada servía valernos del otro, ahora era el momento de actuar, y actuar sin errores.

La inclemencia del desastre, del silencio, de la oscuridad, nos hizo sentir, y perder el miedo a la ridiculez, sentirnos más hermanos y más abiertos a solidaridad. Pero también el terremoto mostró dos caras, la mejor que fue la gran mayoría y la peor, que nos avergüenza (saqueos).

Tendremos tiempo para comprender y reflexionar con todo esto, aprender y poner en práctica una nueva visión de cómo vivir mejor con el del lado. Falta mucho por hacer, y no hablo de reconstruir casas, escuelas, edificios, puentes, carreteras,
hospitales, habló de reconstruir nuestras almas, ser más tolerantes, ser más receptivos de aquel que sufre, no regalar o dar lo que nos sirve como si limpiáramos nuestro closet, sino todo lo contrario dar, dar, dar, siempre, “dar hasta que duela” como decía San Alberto Hurtado, acopio sí, esos seres iluminados que siempre existen y que no sólo en desastres como éstos entregan amor, confianza, tolerancia, cariño, cordialidad, solidaridad y todo lo bueno que deberíamos ser día a día.
El terremoto no solamente movió la tierra, sino que movió nuestras consciencias,
volveremos a reconstruir aunque para eso signifiquen años, pero lo más
difícil es reconstruir nuestras almas que fueron remecidas y dejadas al descubierto.

Reconstruyamos entonces nuestras almas y corazones, pero desde lo más profundo, con mucho amor, fe, entrega y alegría, para que en un futuro no tan lejano, seamos capaces de afrontar un sismo de magnitud, con la certeza que nuestras almas serán imposibles de derribar.

Janett
10 de Marzo 2010

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