Y cuando eso suceda,
yo levantaré anclas,
para navegar,
sintiendo el aire límpido,
acariciándome el sol
y ver el crepúsculo
con ojos cristalinos.
Podré navegar
con rumbo certero,
sin miedos,
sin rencores,
con el azulino brillo
en mi retina;
con el espumoso oleaje
de mis razones,
con el susurro diáfano
del mar en mis manos.
Y estaré lejos
en el océano,
con mi piel tocándome
sin hacer daño,
y en sus brazos frescos
me acunaré sin descanso,
siendo de su pleno,
siendo de su alma,
caracola adherida
para perpetuarme
en el cielo rocoso
de su cuerpo amado.
miércoles, 24 de marzo de 2010
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