domingo, 21 de octubre de 2007

Érase una vez en un lugar…




“Érase una vez en un lugar cuyo nombre no recuerdo”, así comenzaba mi padre cuando me contaba cuentos y yo no alcanzaba a terminar de escuchar el final y me dormía. Al día siguiente nuevamente le pedía me lo contase y así ocurría día tras día lo mismo, crecí y no me di cuenta en que momento ya los cuentos se extinguieron y nunca supe el final.

Hace no mucho tiempo, ya una mujer vieja que soy, con hijas grandes, pregunté a mi padre el final de aquel cuento que guardo en mi memoria con tanta nostalgia, por el amor de mi padre hacia mí, su paciencia de estar a mi lado cada vez que yo requería me contara historias ese cuento se hizo para mí muy importante.

Ese día supe que papá lo iba inventando y por supuesto ya se lo había aprendido de memoria y quedaba hasta allí, ya que el final seguro lo inventaría a medida que me fuese narrando, entonces le dije: “papá, invéntame el final” , ¿Puedes? Y me senté a su lado, tomé su mano y él comenzó…

Érase una vez en un lugar cuyo nombre no recuerdo… Vivía una bella flor, esa flor no sabía que era hermosa, cerraba sus pétalos y se escondía… siempre vagaban por el cielo nubes cargadas de agua que regalaban a la tierra la lluvia para refrescarla; la flor, siempre triste se cerraba cada día más, sentía la lluvia caer sobre ella y su tristeza seguía, un día ella sintió calor, no sabía de dónde venía es calor, poco a poco abrió sus ojos y vio a lo lejos un resplandor, esos rayos luminosos le daban vida, le daban energía,
su corazón comenzó a latir, latía más y más fuerte cada vez que él aparecía y poco a poco, sus pétalos comenzaron abrirse al mundo, se sentía hermosa y se sentía feliz.
Pero llegada la noche el sol,( pues ese calor venía de él), se dormía y ella quedaba triste nuevamente, pensando que jamás le volvería a ver, ella pensaba… no tendré más su calor, ese que me hace ser la flor que ahora soy, roja, aterciopelada y radiante…

Mientras mi cabeza se apoyaba en el hombro de mi padre volvía a ser niña, cerré los ojos porque hasta ahí yo ya recordaba idénticamente cada palabra del cuento, esperando el ansiado final… en silencio abro entonces mis ojos y mi viejito se había dormido, sentí entonces tantas emociones encontradas, que no puedo explicar, tomada aún de la mano de él, intento seguir yo el cuento…

Ella sentía a kilómetros esa energía mágica que la envolvía cada vez que él aparecía, no tenía explicación a ese amor que en ella había germinado, sí… le amaba, amaba al sol,
amaba su luz, ese calor que le entregaba. La flor melancólica se cuestiona, reflexiona,´¿ Cómo poder llegar a él? ¿Tal vez viajando en los rayos mágicos que él le entrega? Imposible se dice, los rayos no tienen consistencia, no son tangibles, no tienen masa, no tienen cuerpo. Y llora la flor porque sabe que un día llegará el invierno y no tendrá ella ese dulce y mágico calor.

Mi padre despierta y me dice… hija ya te contaré el final, me he quedado dormido…
papá … también me dormí junto a ti.

Estoy segura que el final del cuento de mi padre, es sin duda más hermoso, seguro que la flor y el sol se unen, y tal vez la flor viajaría a él en un arco iris o la nube gris le ayudaría, y serían felices para siempre jamás. Y terminaría mi papá diciendo…
y colorín colorado este cuento a terminado.

Janett, 08 de Octubre de 2007

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